jueves, 20 de diciembre de 2012

Aplicación de los pilares II

En esta entrada vemos interesante explicar qué no son los pilares de la educación. Hasta ahora hemos visto cosas positivas y negativas, pero no hemos planteado un modelo alternativo de educación que contradiga directamente lo que hemos explicado hasta aquí.
Ha llegado el momento, pues, de presentar uno de los cientos que hay. El gran pedagogo malagueño, recientemente fallecido, el profesor Esteve lo llamaba "educación de molde".

Parte de la idea de que la generación adulta tiene el derecho natural a definir las metas, los objetivos y los conceptos básicos que deben ser asimilados por las generaciones jóvenes. A estas nuevas generaciones no se les asigna otro papel que el de dejarse moldear, aceptando el valor de la experiencia acumulada por los adultos y las definiciones del sentido de la vida, de la justicia, de la libertad y del bien que les son transmitidas. La idea central de este modelo parte de la incapacidad de los niños y de los jóvenes para distinguir el bien del mal, debida a su propia inmadurez; de ahí surge la necesidad de que. un adulto solícito y siempre vigilante evite el error conceptual, la desviación moral, la mala conducta social y el mal gusto estético, sirviendo permanentemente de ejemplo sobre las elecciones que deben ser asimiladas por los jóvenes desde la experiencia acumulada por las generaciones anteriores. Este modelo plantea un problema educativo muy difícil de solucionar: la transición desde la tutela del adulto hasta la adopción de decisiones propias, que son las que marcan el desarrollo de la I autonomía moral.
En efecto, si desde pequeño se acostumbra al niño a que el adulto tome las decisiones por él, se corre el riesgo de prolongar la inmadurez juvenil acostumbrándolo a ser perpetuamente dependiente de modelos exteriores para tomar decisiones. Aparece entonces el concepto de «el uso de razón» como un punto mítico a partir del cual se puede dejar al niño que tome determinadas decisiones. Sin embargo, la capacidad de razonar del niño no se desarrolla si, en lugar de enfrentar los dilemas morales, éstos se le dan resueltos. Así, se suele confundir «el uso de razón», que debería implicar la autonomía moral -capacidad de tomar decisiones por sí mismo- , con el verbalismo externo, es decir, con la repetición verbal de las respuestas que les han inculcado los adultos. El adulto se queda contento y satisfecho cuando observa que el niño repite fielmente lo que él le ha inculcado y lo aplica a los problemas cotidianos bajo su mirada vigilante. El problema se plantea cuando por primera vez no hay miradas vigilantes y, de verdad, el niño puede tomar decisiones por sí mismo. Se suele producir entonces un auténtico salto al vacío, ya que el joven tiene claro que las decisiones anteriores no fueron realmente suyas y que ahora es la primera vez en que puede tomar la decisión que quiera sin la vigilancia de sus tutores.
Las limitaciones de este modelo ya fueron señaladas por los autores clásicos en la crítica a los planteamientos educativos de Esparta: una educación autoritaria y muy severa, desarrollada en campamentos militares con una disciplina muy estricta basada en duros castigos. En cuanto el espartano salía de su contexto de disciplina se corrompía fácilmente, porque fuera de su rutina habitual tenía que tomar demasiadas decisiones a las que no estaba acostumbrado, ya que siempre le habían venido dadas. En este modelo, la aparición de desviaciones sobre la conducta prevista lleva al educador a considerar que está fracasando en su labor de alfarero y que debe corregir a tiempo las desviaciones mediante algún tipo de castigo. El castigo, naturalmente, sólo se aplica cuando ya se ha manifestado la conducta que el adulto considera incorrecta, lo cual lleva al educador a intervenir siempre de forma autoritaria y represiva, ya que, para no afrontar el riesgo de que los jóvenes defiendan posturas heterodoxas, en lugar de plantear una reflexión profunda sobre las normas de conducta, el adulto impone unos castigos que no suelen corregir más que las manifestaciones externas de la conducta.
Esta forma de proceder, con frecuencia, no consigue más que reforzar la rebeldía interna frente a la imposición, favoreciendo el rechazo total del conjunto de los valores impuestos de forma externa y personalmente no asumidos, encerrando indiscriminadamente en el mismo saco de la imposición todo lo que los adultos han intentado inculcarles. Es evidente que esta concepción de la educación como molde ofrecía ventajas que no encontramos en los modelos de la educación como enseñanza o en el modelo de la educación como libre desarrollo. Me refiero a los conceptos de «esfuerzo», de «autodominio», de «responsabilidad» y de «disciplina». En efecto, la insistencia en inculcar el concepto adulto del «bien» y del «mal» acababa conduciendo a algún tipo de reflexión moral, aunque fuera por el camino no esperado de rechazar el planteamiento de los valores que se intentaba inculcar y construyendo cada individuo su propia escala de valores.
El sistema de castigos y de sumisión incondicional generaba igualmente altas dosis de rechazo, sobre todo en la adolescencia, conforme el individuo iba siendo capaz de pensar por sí mismo; pero, finalmente, si no acababa en un rechazo absoluto a cualquier norma, solía generar algún tipo de autodisciplina cuando el adolescente reciclaba los planteamientos recibidos, eliminaba los componentes de culpabilidad externa y elaboraba su propio concepto del «autodominio» y de la «responsabilidad». De la misma forma, este modelo educativo, cuando no producía un individuo enfermizamente sumiso a las normas de los adultos, tenía la virtud, por defecto, de generar un saludable rechazo frente a las imposiciones externas, ayudando al individuo a afrontar las tareas difíciles con la persistencia de quien ha aprendido a superar las dificultades, a resistir a la frustración ya abrirse su propio camino frente a los intentos de imposición. En definitiva, como señala Michaux , estos planteamientos autoritarios resultaban menos problemáticos desde el punto de vista educativo que los modelos de inhibición educativa que veremos después, no porque estos modelos educativos fueran buenos, sino porque, al ser la oposición la reacción normal del adolescente en la construcción de su propia personalidad, llegado el momento, criticaba los valores impuestos desde el exterior y, desde la crítica y el rechazo a la imposición externa, construía sus propias normas. El viejo lema de «la letra con sangre entra» bien podría sintetizar los puntos de vista de este modelo educativo, todavía vigente en muchos centros de enseñanza que se orientan por planteamientos tradicionales de la educación, si bien hay que reconocer que actualmente es un modelo educativo que está en retroceso. Históricamente, este modelo tuvo su momento de mayor esplendor en las décadas de 1940 y 1950 hasta la revolución intelectual de 1968.
Vale la pena resaltar, por tanto, que éste es el modelo educativo en el que fueron educados la mayor parte de los adultos del presente y que, ante el fracaso y las limitaciones de los demás modelos, es la tentación permanente de muchos educadores actuales: volver a la tradición, volver al viejo sistema educativo, reproduciendo los usos y las costumbres en los que ellos mismos fueron educados y que ya probaron su eficacia y su bondad en nosotros mismos, sobre todo si los rememoramos con ese piadoso recuerdo que nos lleva a olvidar los aspectos más negativos, conservando sólo la memoria de los momentos felices.



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