Ha llegado el momento, pues, de presentar uno de los cientos que hay. El gran pedagogo malagueño, recientemente fallecido, el profesor Esteve lo llamaba "educación de molde".
Parte de la idea de que
la generación adulta tiene el derecho natural a definir las metas,
los objetivos y los conceptos básicos que deben ser asimilados por
las generaciones jóvenes. A estas nuevas generaciones no se les
asigna otro papel que el de dejarse moldear, aceptando el valor de la
experiencia acumulada por los adultos y las definiciones del sentido
de la vida, de la justicia, de la libertad y del bien que les son
transmitidas. La idea central de este modelo parte de la incapacidad
de los niños y de los jóvenes para distinguir el bien del mal,
debida a su propia inmadurez; de ahí surge la necesidad de que. un
adulto solícito y siempre vigilante evite el error conceptual, la
desviación moral, la mala conducta social y el mal gusto estético,
sirviendo permanentemente de ejemplo sobre las elecciones que deben
ser asimiladas por los jóvenes desde la experiencia acumulada por
las generaciones anteriores. Este modelo plantea un problema
educativo muy difícil de solucionar: la transición desde la tutela
del adulto hasta la adopción de decisiones propias, que son las que
marcan el desarrollo de la I autonomía moral.
En efecto, si desde
pequeño se acostumbra al niño a que el adulto tome las decisiones
por él, se corre el riesgo de prolongar la inmadurez juvenil
acostumbrándolo a ser perpetuamente dependiente de modelos
exteriores para tomar decisiones. Aparece entonces el concepto de «el
uso de razón» como un punto mítico a partir del cual se puede
dejar al niño que tome determinadas decisiones. Sin embargo, la
capacidad de razonar del niño no se desarrolla si, en lugar de
enfrentar los dilemas morales, éstos se le dan resueltos. Así, se
suele confundir «el uso de razón», que debería implicar la
autonomía moral -capacidad de tomar decisiones por sí mismo- , con
el verbalismo externo, es decir, con la repetición verbal de las
respuestas que les han inculcado los adultos. El adulto se queda
contento y satisfecho cuando observa que el niño repite fielmente lo
que él le ha inculcado y lo aplica a los problemas cotidianos bajo
su mirada vigilante. El problema se plantea cuando por primera vez no
hay miradas vigilantes y, de verdad, el niño puede tomar decisiones
por sí mismo. Se suele producir entonces un auténtico salto al
vacío, ya que el joven tiene claro que las decisiones anteriores no
fueron realmente suyas y que ahora es la primera vez en que puede
tomar la decisión que quiera sin la vigilancia de sus tutores.
Las limitaciones de este
modelo ya fueron señaladas por los autores clásicos en la crítica
a los planteamientos educativos de Esparta: una educación
autoritaria y muy severa, desarrollada en campamentos militares con
una disciplina muy estricta basada en duros castigos. En cuanto el
espartano salía de su contexto de disciplina se corrompía
fácilmente, porque fuera de su rutina habitual tenía que tomar
demasiadas decisiones a las que no estaba acostumbrado, ya que
siempre le habían venido dadas. En este modelo, la aparición de
desviaciones sobre la conducta prevista lleva al educador a
considerar que está fracasando en su labor de alfarero y que debe
corregir a tiempo las desviaciones mediante algún tipo de castigo.
El castigo, naturalmente, sólo se aplica cuando ya se ha manifestado
la conducta que el adulto considera incorrecta, lo cual lleva al
educador a intervenir siempre de forma autoritaria y represiva, ya
que, para no afrontar el riesgo de que los jóvenes defiendan
posturas heterodoxas, en lugar de plantear una reflexión profunda
sobre las normas de conducta, el adulto impone unos castigos que no
suelen corregir más que las manifestaciones externas de la conducta.
Esta forma de proceder,
con frecuencia, no consigue más que reforzar la rebeldía interna
frente a la imposición, favoreciendo el rechazo total del conjunto
de los valores impuestos de forma externa y personalmente no
asumidos, encerrando indiscriminadamente en el mismo saco de la
imposición todo lo que los adultos han intentado inculcarles. Es
evidente que esta concepción de la educación como molde ofrecía
ventajas que no encontramos en los modelos de la educación como
enseñanza o en el modelo de la educación como libre desarrollo. Me
refiero a los conceptos de «esfuerzo», de «autodominio», de
«responsabilidad» y de «disciplina». En efecto, la insistencia en
inculcar el concepto adulto del «bien» y del «mal» acababa
conduciendo a algún tipo de reflexión moral, aunque fuera por el
camino no esperado de rechazar el planteamiento de los valores que se
intentaba inculcar y construyendo cada individuo su propia escala de
valores.
El sistema de castigos y
de sumisión incondicional generaba igualmente altas dosis de
rechazo, sobre todo en la adolescencia, conforme el individuo iba
siendo capaz de pensar por sí mismo; pero, finalmente, si no acababa
en un rechazo absoluto a cualquier norma, solía generar algún tipo
de autodisciplina cuando el adolescente reciclaba los planteamientos
recibidos, eliminaba los componentes de culpabilidad externa y
elaboraba su propio concepto del «autodominio» y de la
«responsabilidad». De la misma forma, este modelo educativo, cuando
no producía un individuo enfermizamente sumiso a las normas de los
adultos, tenía la virtud, por defecto, de generar un saludable
rechazo frente a las imposiciones externas, ayudando al individuo a
afrontar las tareas difíciles con la persistencia de quien ha
aprendido a superar las dificultades, a resistir a la frustración ya
abrirse su propio camino frente a los intentos de imposición. En
definitiva, como señala Michaux , estos planteamientos autoritarios
resultaban menos problemáticos desde el punto de vista educativo que
los modelos de inhibición educativa que veremos después, no porque
estos modelos educativos fueran buenos, sino porque, al ser la
oposición la reacción normal del adolescente en la construcción de
su propia personalidad, llegado el momento, criticaba los valores
impuestos desde el exterior y, desde la crítica y el rechazo a la
imposición externa, construía sus propias normas. El viejo lema de
«la letra con sangre entra» bien podría sintetizar los puntos de
vista de este modelo educativo, todavía vigente en muchos centros de
enseñanza que se orientan por planteamientos tradicionales de la
educación, si bien hay que reconocer que actualmente es un modelo
educativo que está en retroceso. Históricamente, este modelo tuvo
su momento de mayor esplendor en las décadas de 1940 y 1950 hasta la
revolución intelectual de 1968.
Vale la pena resaltar,
por tanto, que éste es el modelo educativo en el que fueron educados
la mayor parte de los adultos del presente y que, ante el fracaso y
las limitaciones de los demás modelos, es la tentación permanente
de muchos educadores actuales: volver a la tradición, volver al
viejo sistema educativo, reproduciendo los usos y las costumbres en
los que ellos mismos fueron educados y que ya probaron su eficacia y
su bondad en nosotros mismos, sobre todo si los rememoramos con ese
piadoso recuerdo que nos lleva a olvidar los aspectos más negativos,
conservando sólo la memoria de los momentos felices.
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